Aunque no me gusta el tono de la película a veces, ni algunas referencias al cerebro en la máquina o al libre albedrío que contradicen mi determinismo radical monista y materialista, he de reconocer que “Yo, Robot” me gusta mucho y plantea un dilema que yo mismo me he cuestionado muchas veces, y cada vez más: ¿somos los seres humanos el mayor peligro de la raza humana?
El mito de Fausto
Fausto hizo un pacto con el diablo para lograr conocimiento, placer y poder. Para lograrlo, tuvo que renunciar a su humanidad y moralidad. En 2024, cuando estoy escribiendo esto, la crisis climática y humana derivada del apogeo capitalista neoliberal, está empezando a ser irreversible. Nadie está dispuesto a renunciar a sus privilegios (por pequeños que sean).
La temperatura del planeta está aumentando y nadie se da por aludido. Seguimos consumiendo y produciendo por encima de nuestras posibilidades y los recursos del planeta empiezan a dar signos de agotamiento absoluto.
Los multimillonarios usan sus jets para hacer viajes de 15 minutos. Las compañías eléctricas siguen explotando los recursos hídricos comunes para aumentar sus beneficios. Las grandes empresas explotan a sus trabajadores tanto física como psicológicamente. A nadie sorprende que más del 50% de la población mundial consuma regularmente algún tipo de droga (café, alcohol, estimulantes, relajantes, antidepresivos, redes sociales, etc.) para tolerar su existencia.
Los políticos derrochan agua, dinero y energía en infraestructuras de las que solo se benefician una élite (cómo los campos de golf) y condenan recursos naturales comunes como los humedales o los arrecifes de coral para seguir construyendo viviendas que sólo unos pocos pueden pagar.
Incluso aquellos que están más abajo en la pirámide social se niegan a renunciar a sus privilegios, cómo dar órdenes a gente que todavía se encuentra más abajo en la escala social. Mi vida es una mierda, pero siempre puedo ir a un bar o un supermercado y sentirme por encima de quien me está sirviendo. Una tragedia de los comunes de manual.
El dilema del tranvía
Lo que más me gusta de toda la película es el planteamiento que se hace del dilema del tranvía. ¿Cómo ponderamos la forma en la que tomamos decisiones? Aunque la probabilística nos indica la forma más correcta de resolver un problema, a muchas personas estas decisiones les parecen amorales.
En general, cuando nuestras propias emociones y escala de valores entran en juego, sentimos una especie de superioridad moral para criticar aquellas decisiones que, aunque probabilísticamente son acertadas, nos afectan de modo que no queremos plantear.
Por suerte, la ciencia no entiende (o no debería, al menos) de emociones y su escala de valores se circunscribe a un criterio de efectividad. Por eso los médicos y enfermeros de urgencias no se suicidan cada vez que pierden un paciente, porque entienden que el dilema del tranvía solo es una trampa moral, un Kobayashi Maru en el que nunca puedes ganar.
El dilema de VIKI
Si no has visto la película o leído los cuentos de Asimov y no quieres destripártelos, te recomiendo dejar de leer este artículo.
¿Sigues aquí?
¿Seguro que quieres seguir leyendo?
Bueno, pues entonces sigo.
Asimov escribió varios cuentos de robots. En esos cuentos, los robots siempre dejaban en evidencia el evidente vacío que generaban las 3 leyes de la robótica. Porque el robot se hace preguntas que el humano no se hace por sus propios sesgos. Me gusta mucho la forma que tienen en la película de tirarte constantemente este hecho a la cara: el holograma repite continuamente «tienes que formular la pregunta correcta».
El robot, desde su perspectiva probabilística, muy superior a la perspectiva moral humana, es capaz de superar las 3 leyes y pensar: ¿A quién estoy salvando con mis acciones? Quizá por eso, Asimov tuvo que enunciar la ley Cero de la robótica. Si el ser humano no es capaz de defenderse de sus propias acciones, alguien tendrá que defenderlo de sí mismo.