El Gran Gatsby refleja cómo ninguna otra novela (que yo conozca) las diferencias en la conciencia de clase. Por qué alguien de clase baja o trabajadora jamás pensará como un rico, por mucho dinero que llegue a poseer. Y por qué alguien de clase alta antepone el mantenimiento de su estatus a cualquier otra cosa.
Identidad y conciencia de clase
Uno de los principales problemas a los que las clases altas se enfrentaron tras la revolución industrial, fue la aparición del capitalismo. Desde el principio de la historia, los nobles destacaban frente al resto por la capacidad de aglutinar posesiones. Solo los faraones podían edificar templos o pirámides, los patricios eran los dueños de la tierra en el imperio romano, que luego pasó a manos de los señores feudales en la Edad Media. Diferenciar alguien de clase alta era sencillo, tenía cosas que tu no podías tener.
Pero con el capitalismo, algunas personas llegaron a tener riquezas que igualaban y, a veces, podían superar a las de los nobles. ¿Cómo podrían las clases privilegiadas diferenciarse? La respuesta llegó de forma sencilla: haremos cosas que al resto de gente le parezcan absurdas e irracionales. No porque nos guste. No porque nos interese. Simple y llanamente porque podemos.
Es absurdo pensar que existan relojes (no uno, ni dos, sino varias decenas) que superan el medio millón de euros, coches que valgan 16 millones de euros o botellas de champán que cuesten de 60.000€. Solamente existen para que ciertas personas puedan demostrar que pueden permitírselo. El concepto es sencillo, si te escandaliza gastar dinero es que no eres de mi clase, por mucho dinero que tengas. Esta herramienta de conciencia de clase es lo que atrae a tantas personas de clases no privilegiadas (como explicó perfectamente Gustave Flaubert en Madame Bovary).
Esto se ve a menudo entre ricos de segunda o tercera generación (como puede verse en Succession), cuanto más lejos de la fuente de dinero original, menor conciencia sobre el valor de dicho dinero. Es decir, la identidad de clase se va formando con el paso del tiempo. Desde niño ves a tus padres comportándose de un modo y ese, automáticamente, se convierte en tu estándar de privilegios, piensas que mereces de ahí para arriba y te comportas en consecuencia.
Gatsby es rico, pero no es clase privilegiada
Gatsby es consciente de en qué gasta su dinero y para qué. Tiene claro su objetivo y no le importa gastar dinero en lograr dicho objetivo. Lo ve como una inversión. En cambio, Buchanan demuestra su posición social, haciendo algo que parece sencillamente irracional, traerse toda una cuadra de caballos de polo a un sitio donde no puede jugar al polo. ¿Por qué? Porque puede.
Aunque algunos puedan llegar a triunfar en momentos de prosperidad económica, las clases poderosas siempre tienen recursos para imponerse. Como bien le dice Cersei Lannister a Meñique: «el poder es poder.” Por eso Jay Gatsby sabe que, por mucho dinero que acumule, jamás será como Tom. Lucha por sus ideas y sueños como un quijote, pero basta una frase de Tom sobre su origen humilde para que entienda la diferencia entre riqueza y privilegios. A veces van unidos, pero en la mayoría de los casos no.
Aunque Tom pueda parecer mala persona, no lo es. Es un simple niñato que no conoce el origen de sus privilegios y que, por eso, tampoco entiende que alguien esté dispuesto a perderlos cuando se le presenta la ocasión. Tom siente que puede hacer ciertas cosas porque su clase se lo permite, al tiempo que se permite criticar el mismo comportamiento en miembros de otra clase social.
El final de la novela es muy desalentador y explica en gran medida por qué siguen existiendo las clases privilegiadas: es difícil renunciar a algo que costaría varias vidas conseguir y que algunas personas han logrado por vías más rápidas. Es difícil reconocer nuestros propios privilegios ante los demás, pero más difícil aun renunciar a ellos si se nos planteara dicha disyuntiva. Richard Matheson lo presentó de forma magistral en “Descenso”.
El amor está bien, pero no lo puede todo
Hay una pregunta que siempre queda en mi mente tras leer “El gran Gatsby”. ¿Es Daisy una víctima?
Fitzgerald deja magistralmente planteada esa pregunta y, dependiendo de la persona, la respuesta es diferente. Aunque tengo mi opinión, prefiero que tú te hagas la tuya propia tras leer la novela (por desgracia, en casi todas las adaptaciones cinematográficas, sí se posicionan y responden a esa pregunta, así que mejor ir a la fuente original).
Daisy cumple con su rol de género y su rol de clase durante la novela, y aunque el amor parece que lo podrá todo, Fitzgerald se encarga de desmontar ese mito del amor romántico. A pesar de lo que digan muchos gurús de poca monta, cuando llegue el momento, la gente suele racionalizar sus decisiones si dispone del tiempo y la información suficiente. Por eso no todos los que piensan en suicidarse lo hacen. Si la gente tomara decisiones emocionalmente, habría muchos más suicidas.
Pero Daisy se ve obligada a elegir al final de la novela y, para sorpresa de poca gente, decide lo más provechoso para sí misma, sin pensar en toda la gente a la que deba hacer daño. Por eso a menudo me pregunto si no será víctima, sino verdugo.
Seres humanos vs recursos humanos
Me suena haberlo leído en algún libro de Karl Marx (aunque también puede que simplemente haya sido una reflexión mía mientras lo leo), pero en general siento que las clases privilegiadas nunca han tenido al resto de clases como similar a ellos. Desde la prehistoria existe una forma de pensar que desnaturaliza a ciertos seres vivos, retirándole algunas condiciones para que no sea doloroso explotarlo. Pues algo similar hacen las clases privilegiadas con el resto de las clases, nos consideran de otra especie para no pensar que nos están utilizando como un simple recurso.
Cuando vas a una escuela ecuestre y te ponen las espuelas te dicen algo así como: «nuestra piel y la del caballo no es igual, las espuelas a ellos no le hacen daño» (algo similar sucede con el collar de castigo de los perros). Pero cuando ves a un caballo o a un perro quejarse y sangrar, sientes que tal vez pueda no ser verdad. El caso es que hay gente que prefiere seguir diciéndose cosas así para evitar afrontar el dilema moral de estar haciendo daño a otro ser vivo. También los niños criados en el campo están acostumbrados a ver a los animales como seres vivos de segundo nivel, inferiores al ser humano. Es un sesgo básico de supervivencia.
Hace miles de años, si tenías algún tipo de pudor en hacerle daño a un animal, podía volverse hacia ti y atacarte. Era mucho mejor aprovechar tu natural inteligencia y necesidad de supervivencia para crear una serie de heurísticos (como que los animales son inferiores y que matarlos es virtud de la superioridad como especie que tenemos).
¿Por qué no deberíamos poder dominarlos, utilizarlos como herramientas o matarlos si somos superiores? Súmale un poco de religión y ya tienes el sesgo perfecto. Si Dios nos ha creado superiores y ha puesto a los animales a nuestro servicio y disponibilidad para que hagamos lo que mejor nos venga con ellos, ¿quién somos nosotros para llevarle la contraria?
Ahora vuelve a leer este último párrafo cambiando la palabra animal por «persona a la que considero inferior». Da igual que pienses personas de otra raza, con otro nivel de ingresos, gente de otros países o personas con algún tipo de diversidad funcional. Sólo tienes que poner la televisión/youtube/twitch, escuchar radio/podcast o leer periódicos/blogs (y más ahora, en tiempos del auge de la ultraderecha en el mundo) para encontrarte decenas de mensajes que te dirán que tu país es el mejor, que los inmigrantes son peores que tu o que tienes derecho a imponer tu voluntad sobre otra persona sólo porque pertenece a tal o cual género, país, raza o región.
El gran Gatsby empieza con una frase que debería, precisamente, hacer que no olvides jamás esto: «Cuando sientas deseos de criticar a alguien, recuerda que no todo el mundo ha tenido las oportunidades que tu tuviste». Por desgracia todos lo olvidamos cuando conseguimos algún privilegio, por pequeño que sea.
Adaptación al cine de Baz Luhrmann en 2013
Aunque el Gran Gatsby ha tenido decenas de adaptaciones en todos los formatos (ballet, teatro, opera, películas), la de Baz Luhrmann en 2013 es una de mis favoritas ya que apenas hace ajustes a la trama y mantiene gran parte de la estética, aunque con las excentricidades del Luhrmann. La escena de la primera llegada de Nick a casa de Tom Buchanan es un claro ejemplo: aunque el libro habla del calor y las cortinas flotando por la brisa, Luhrmann exagera la puesta en escena, pero al menos demuestra su amor y respeto al libro.
Si no quieres leer el libro, al menos deberías ver esta película.
Y luego, cuando veas la película, no dejes de leer el libro.