El barón rampante es un precioso cuento sobre un rebelde con unos férreos valores, que renuncia a vivir como el resto. Un Odiseo al que las diferentes tentaciones que se le presenten para renunciar a sus valores serán cada vez más complicadas de superar. Una reflexión sobre la vida y la flexibilidad.
No es un cuento infantil
He de reconocer que llevaba casi 15 años sin querer enfrentarme a este libro. Me lo recomendaron cuando mi primer hijo empezaba a leer, pero idiota de mí, pensé que el hobbit sería una mejor lectura para un niño de 4 años. Eso, y los cuentos de Dunk y Egg. Me habían explicado sobre lo que iba el cuento y no me pareció para nada atractivo. Pero hace un par de años, y gracias al podcast «un libro, una hora» me sorprendí escuchando con atención la historia de Cósimo Piovasco. Tras escuchar el episodio, puse este libro en mi lista de pendientes y, hasta ahora.
El problema es que, tras la apariencia de un cuento infantil, se esconde una reflexión tremendamente compleja, que nos enfrenta a preguntas que no siempre estamos dispuestos a hacernos.
Flexibilidad contextual vs flexibilidad moral
A Groucho Marx se le atribuyen muchas frases célebres, pero quizá una de las más repetidas es «estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros«. Esta frase critica el oportunismo neoliberal occidental y la facilidad con la que resolvemos nuestras disonancias cuando queremos lograr un objetivo, aunque ello suponga traicionar las normas anteriores (elegidas o heredadas).
Los padres de la filosofía mundial (Bharadvasha, Sócrates, Confucio, etc.) insisten en presentar los valores y principios como una estructura férrea capaz de sostener cualquier dilema moral o problema humano y protegernos de las volubilidades del contexto. El problema es que el contexto es determinante en nuestras decisiones porque altera las consecuencias de nuestras acciones y convicciones. Cómo insinuase Shakespeare en boca de Romeo, todos somos juguetes del destino.
La vida es, precisamente, navegar siempre entre esas dos tormentas que prometen tu naufragio. A menudo deberás renunciar a tus valores y principios por lograr algunos objetivos. En otros momentos, decidirás no hacerlo aunque eso suponga renunciar a un objetivo. En cualquier caso, no pasará nada siempre que seas capaz de resolver la disonancia.
Eso sí, es mejor no confundir la flexibilidad conductual por selección de consecuencias con la flexibilidad moral que implica la renuncia a cualquier principio o ética en pos de lograr una serie de objetivos subjetivos, oportunistas e insatisfactorios. La flexibilidad moral a la que suele invitar la sociedad capitalista, consumista e individualista occidental únicamente sirve para que las personas se sientan permamentemente insatisfechas. Abrazar unos valores y ser capaz de perdonarte cuando debes ignorarlos circunstancialmente, implica una gran madurez filosófica, siempre que entiendas que la flexibilidad no implica la renuncia.
Siempre habrá tentaciones
Lo más divertido del libro es, precisamente, la forma en que Calvino presenta las diferentes tentaciones que Cósimo tendrá para abandonar sus principios. Siempre las presenta de forma aséptica, sin posicionarse, para que sea el lector quien decida si el protagonista hace lo correcto o no. Y confieso que me resulta divertido porque, a menudo, las decisiones de Cósimo te parecerán ridículas, pero en otros momentos te resultarán tremendamente coherentes. Lo divertido es preguntarte cuándo tu reflexión deriva de tu flexibilidad contextual y cuándo de flexibilidad moral.
Por supuesto, el cuento no deja de ser un cuento y por tanto, puede leerse desde una perspectiva infantil. Pero si decides pararte a pensar los sacrificios que Cósimo debe hacer para mantener sus principios, sin duda te enfrentará a tu yo más reflexivo, poniéndote a menudo frente a un espejo en el que tal vez no estés preparado a mirarte.
Cómo sucede con los cuentos de Roald Dahl o Mark Twain, lo que se esconde detrás de esta historia infantil de Italo Calvino es tremendamente profundo. Por suerte, la lectura es tan ligera y la prosa tan redonda (cómo en Dahl o Twain), que pronto te hará olvidarte de esa duda para sumergirte en la siguiente.