Ante la amenaza de una bomba nuclear, tres parejas, y el hijo de una de ellas, se preparan para evacuar sus hogares y refugiarse en túneles construidos bajo tierra. Allí pasarán una cantidad de años no determinada (nunca inferior a veinte).
Premisa sencilla, reflexión infinita
Como la mayoría de los relatos cortos (Philip K. Dick o El asombroso mundo de Gumball saben mucho de esto), una premisa de baja definición permite al lector desarrollar su imaginación hasta el límite de sus capacidades intelectuales y emocionales. Este relato plantea una serie de dudas y cuestiones, pero no las resuelve. Permite que el lector sea el que llegue a sus propias conclusiones. De esa forma, el autor evita posicionarse ni en el resultado ni en el nivel de la reflexión algo que, particularmente, me encanta.
Habrá personas que se quedarán en la superficie. Otras, en cambio, lo considerarán una alegoría contra la libertad. También puede que te haga reflexionar sobre tu huella en el mundo, la trascendencia de tus acciones, la importancia o relevancia de ciertas cosas a las que damos demasiada importancia. Lo importante es que no hay reflexiones incorrectas, sólo reflexiones y, aunque pensar canse, es mejor hacerlo.
¿Cómo es el fin del mundo?
Muchas obras de ficción han planteado el fin del mundo como una ruptura abrupta respecto a nuestro modo de vida actual. Algo así como un fin de la existencia tal y como la conocemos, pero ¿y si no fuera así? Matheson plantea un fin del mundo que no va asociado al fin de la existencia humana, sino a un tiempo de “barbecho”. No es el fin de la existencia sino del entorno cotidiano.
Lo interesante de este relato no es si la vida volverá a ser como la conocimos, algo de lo que no cabe duda en el relato (o sí, depende de tu nivel de optimismo), lo que este relato nos hace pensar es si merece la pena volver a ese tipo de vida (al menos, eso es lo que yo interpreto). Matheson no se molesta en planificar ni imaginar la vida después del fin del mundo, no hace falta, deja esas dudas y reflexiones al lector. Las preguntas y reflexiones de cada uno de los personajes actúan como catalizador de la reflexión (y, a veces, el desasosiego) del lector.
Un día único, igual que el resto
En psicología existen dos procesos que explican la ansiedad ante cosas que no podemos cambiar (rumiación) o no sabremos si pasaran (anticipación). Hace 20 años temíamos por el fin de la capa de ozono. Hoy, por el cambio climático. Siempre existe una ansiedad a perder nuestra forma de vida, aquello que hemos conseguido, aquello que poseemos. Se llama aversión a la pérdida y funciona tanto para las posesiones físicas como para las de estatus social.
En esta obra, en concreto, los personajes hablan desde la incertidumbre de lo que les deparará esa nueva vida. Las 24 horas antes del fin del mundo no duran más, duran 24 horas. El día antes del fin del mundo no es un día especial, es igual que el resto. Uno de los personajes lo describe de esa forma en el relato: Intentas buscarle un significado a este día tan importante, pero no puedes. Pasa y cuando termina, sólo ha sido un día más, un momento que forma parte del pasado.
El relato tiene un final muy tranquilo, con un último párrafo que explica el título.
¿Qué es importante?
Pero si una reflexión queda por encima del resto tras leer este relato, al menos en mi caso, es el cuestionamiento de nuestras estructuras y jerarquías. ¿Quién es más importante para la sociedad un panadero o un banquero? Qué tiene más importancia, ¿poseer o disfrutar del uso? ¿Merece la pena alargar la vida si no se va a disfrutar de la misma?
The proper function of man is to live, not to exist. I shall not waste my days in trying to prolong them. I shall use my time. ack London).
Jack London
Este relato tiene alusiones evidentes a la muerte, la enfermedad degenerativa, los votos y tradiciones sociales, para acabar en una reflexión dura pero inapelable: todo es efímero y nada nos sobrevive. Alguna gente no se acostumbra a perder su vida actual, a ser uno más, a perder su posición. De qué sirve salvarte si te conviertes en uno más. Retorcido argumento que debería hacernos reflexionar sobre esa gente que considera el estatus o el privilegio su forma de vida y que son incapaces de imaginar su vida sin ellos.
Somos una pequeña partícula en el universo y, a su vez, el universo, sólo es una fotografía de un continuo en su propia existencia. No somos nada frente a la magnitud del espacio, y el espacio no es nada hoy frente a la perspectiva del tiempo. Todo lo que has almacenado quedará atrás, sólo llevarás contigo tus memorias y, cuando te vayas, ni tan siquiera eso. Y si queda algo de ti, tampoco serás tú quien lo disfrute.